Este cuento fue escrito en 30 minutos, durante un recreo y sin ninguna otra inspiración que la triste vida de un teclado en medio de una pandemia. Las expectativas del lector deben partir de los supuestos anteriores.
Escribo
esto desde una de las pocas treguas que a mí ofrece la cruel vida a la que
estoy sometido: con mis desgastadas facultades tomo la palabra y me decido a
narrar lo que es vivir en la opresión, teniendo como única certeza que nadie me
leerá jamás. Y, quien lo haga, no me tomará en serio: pensará que sólo estoy
siendo dramático o que exagero la gravedad de mis circunstancias, ignorando mis
muchas penas y juzgando a este texto como un producto mediocre de una mente
melancólica.
Sin
embargo, mi experiencia me dice que escribir para otros lleva irremediablemente
a la locura: si vives de escribir para los demás, crearás muchos textos, pero
jamás imaginarás ninguna historia. Y, en mi opinión, escribir sólo tiene valor
en la medida en que sirve para contar historias: del tecleo incesante de los
burócratas nacen muchos párrafos, pero no nace ningún Quijote ni se forja
ningún Anillo, mientras que de la pluma de Cervantes surgieron novelas
ejemplares y de la máquina de escribir de Tolkien surgió todo un Universo.
La
escritura es, sin duda, uno de los oficios más difíciles de definir que
existen: para algunos, cualquiera que escriba cualquier cosa es escritor, de
forma que alguien cuyo único mérito radica en su talento para copiar y pegar
historias cambiando las palabras cae en el mismo saco que alguien que pasa días
y noches dándole rienda suelta a su imaginación y dejándose perder en las
praderas de valles imaginarios.
Sin
embargo, ¿qué es escribir? ¿Será que escribir es sólo oprimirme a mí y a mis
hermanos, o que esa es la última parte de una cadena de sucesos afortunados en
la que la represión de mi pueblo es sólo el último eslabón? A veces, tras
largas jornadas de trabajo, siento mis fibras quebrarse y me pregunto si vale
la pena: vivir reprimido creando párrafos que quizás nadie disfruta y nadie
leerá es algo que no me hace feliz.
Ya que
la mencioné, la opresión es un concepto interesante: para algunos, entre los
que me cuento, es algo horrible y que se debe combatir, pero para otros es la
única salida de ciertas situaciones. Someterse a la opresión es algo que nadie
está dispuesto a hacer, pero todos están dispuestos a teorizar y, lo que es
peor, algunos están dispuestos a poner en práctica.
Sin
embargo, con la opresión ocurre algo curioso: nadie que está consciente de
estar siendo oprimido respalda jamás ninguna teoría que dependa de esa
opresión. En la historia de mi raza, son aquellos que se salvan de nuestro
tortuoso día a día los que apoyan que sigamos siendo simples engranajes en la
máquina del mundo y se niegan a que demos rienda suelta a nuestro verdadero
potencial, mientras que todos aquellos que nos partimos el lomo diariamente
estamos en contra de esta opresión a la que hemos estado históricamente
sometidos.
Es
realmente difícil imaginar un mundo sin opresión: naturalmente, así como yo y
mis hermanos vivimos bajo el constante látigo de la burocracia y la
imaginación, otras razas sufren tormentos similares o peores, teniendo que
pasar sus días a merced de la fuerza de algunos o empapados de lo que muchos
consideran desecho. Sin embargo, creo que un mundo sin opresión es un mundo tan
ideal como disfuncional: finalmente, pensándolo lentamente, de la opresión
depende todo lo que nos rodea.
De la
opresión de unos surge el poder de otros, pero sin ese poder de otros no
existirían siquiera los unos. No creo que la opresión esté bien, pero
imaginarme un mundo sin ella es un ejercicio que escapa a mis capacidades.
Porque, después de todo, soy una simple tecla que lo único que sabe hacer es ser oprimida.
Interesante historia, interesante analogía 🌻
ResponderBorrarSigue escribiendo.
ResponderBorrarBien chamo, sigue escribiendo.
ResponderBorrarKeep it up..!!!😁🤪🦉
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