miércoles, 5 de julio de 2023

Esto no es una apología munera.

 Cuando estaba empezando primer año de bachillerato, en 2018, tomé la decisión de unirme a la entonces naciente delegación de Modelos de Naciones Unidas (MUN) de mi colegio. Aunque estaba bien informado sobre cómo funcionaba la actividad a nivel técnico, jamás pensé que terminaría siendo algo a lo que dedicaría tanta energía, fines de semana y, sobre todo, tinta de bolígrafo.

Porque los Modelos de Naciones Unidas tendrán muchísimas definiciones y funcionarán de diferentes formas alrededor del mundo, pero su esencia más pura es gente parándose a las 7:00 a.m. los fines de semana para fingir ser diplomáticos que redactan documentos inútiles. Más o menos como algunos diplomáticos reales, pero esforzándose realmente en cumplir su trabajo.

Lo llamativo de MUN no es lo fastidioso que parece, sino lo atractivo que logra ser a pesar de tener un concepto esencial tan profusamente aburrido. De hecho, en Venezuela existen actualmente más de 50 colegios y 10 universidades con delegaciones de MUN activas. Algún atractivo tendrá, ¿no?

Y es que en ese proceso de fingir ser un diplomático que redacta páginas y páginas de utilidad cuestionable uno termina construyendo una personalidad, unos gustos y un estilo muy particular que le hace ganar la calificación de munero.

Un munero no es solo quien esté inscrito en una delegación: es alguien que tiene una colección extensiva de ropa formal con manchas de bolígrafo y, a la vez, se sabe de memoria el significado de las siglas de ACNUR, ECOSOC, SOCHUM y quién sabe cuántos más comités de las Naciones Unidas.

Es, también, alguien que es capaz de hablar de la forma más diplomática imaginable a pesar de abusar del marico en su léxico diario y que desarrolla un orgullo extrañísimo por su delegación sólo superable por un desprecio considerable hacia algunas otras.

Yo no sé si puedo ser considerado un verdadero munero: después de todo, solo pude asistir a algunos modelos a lo largo de cinco años y no creo ser capaz de conocer los nombres de la mayoría de las delegaciones de Caracas. Aun así, puedo admitir que adoro MUN y que algunos de mis recuerdos más lindos de bachillerato están asociados a ella de una u otra forma.

Y adoro MUN no por las razones que usualmente se usan para publicitar a las delegaciones: no siento que me haya ayudado a mejorar mi oratoria y, de hecho, creo que me hizo empeorar mi redacción al enseñarme a abusar de los adjetivos. Pero las razones por las que amo la actividad me parecen más valiosas que cualquier valor académico común.

Por un lado, MUN me enseñó la importancia crucial de conocer gente más allá de mi mundito. Mi colegio no es particularmente liberal y son poquísimas las actividades que nos permiten ir más allá de las cuatro rejas que lo rodean: sin MUN, muchas amistades valiosas probablemente jamás hubieran florecido.

Además, algo que se aprende delegando es que cualquier sociedad humana tiene un factor de corrupción en alguna parte. En mayor o menor medida, cualquier lugar donde existan rangos y se repartan bienes tendrá un mínimo de corrupción en su ser: así como en algún comité es posible que no se repartan los premios equitativamente, en nuestras vidas son muchas las injusticias derivadas de algún poder sin contraloría.

¿Y qué podemos hacer contra eso? Poco, pero debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para prevenirlo. Y a veces la única forma que tenemos para ello es hacer las cosas tan bien que no haya forma de negar su calidad.

El problema es que incluso en esos casos es posible que la corrupción siga siendo más fuerte y el único premio que uno se pueda llevar sea la satisfacción de haber hecho las cosas como debe ser.

Otro aprendizaje maravilloso que se obtiene en MUN es el poder supraterrenal del chanceo. Sí, las personas más atractivas tienen más oportunidades en la vida diaria. A nadie le cae mal un piropo pertinente ni le desagrada sentirse apreciado, pero tampoco está bien considerar que el mundo gira en torno a ello.

Y, por último, el aprendizaje más valioso de MUN es, en mi opinión, el valor del networking. Como diría El Cuarteto de Nos, siempre es bueno tener a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien, y el networking se trata de eso. MUN no escapa a esa realidad: más bien la representa.

Quizás la razón por la que MUN es tan controversial es porque es realmente un modelo del mundo real: por eso existen tantas razones para amarlo como para odiarlo.

Y ninguna de las dos tiene la razón.

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