miércoles, 19 de julio de 2023

Caramelos de Cianuro (y otros dilemas musicales)

 Viendo hacia el pasado

Has esperado demasiado
Y me sorprendo al darme cuenta que aún estás

Cuando Asier cantó esas líneas durante la grabación de “Miss Mujerzuela” (Caramelos de Cianuro, 2000), estoy seguro que no imaginaba de ninguna forma que iban a terminar encabezando una entrada de un blog de dudosa audiencia. De hecho, al momento en que escribo estas líneas ni siquiera sé si llegarán a ser, propiamente, entrada: tengo al menos cinco incompletas que no logro terminar.

Porque las cosas son así: una vez hechas -o no hechas-, sus consecuencias son inimaginables. Es natural, pero es un hecho que no deja de sorprenderme cada vez que lo recuerdo: supongo que es imposible llegar a procesarlo alguna vez por completo. No sé por qué, pero es así.

Hablando sobre cosas que no dejan de sorprender cuando son recordadas, un dato de mi vida personal que cumple con esa condición es mi afición intensa por Caramelos de Cianuro cuando estaba en primer año. Conocía todos sus álbumes y me sabía la letra de Verónica mejor que la del Himno Nacional.

En realidad, me la sigo sabiendo. Después de todo es un himno, ¿no?

Sin embargo, debo admitir que me cuesta un poco reconocerlo. Cuando escuchaba Caramelos de Cianuro, no solo lo hacía porque genuinamente me gustaba su música: también es que juraba que era algo profundo y alternativo escuchar a una banda tan indie como esa. Mientras mis amigos cantaban ReBoTa, de Guaynaa, yo tarareaba Sanitarios.

Era un acto de sofisticación cultural. Un statement, incluso. Pero el problema de hacer cosas por el statement que representan es que, cuando dejan de serlo, uno deja de hacerlas. Y, evidentemente, llegó un día en el que me di cuenta que escuchar Caramelos de Cianuro no era un acto de rebelión cultural.

No estoy seguro si fue por algún tuit que leí o porque sencillamente me di cuenta que la única diferencia entre la letra de Sanitarios y la de ReBoTa es que una tiene guitarra atrás y la otra no, pero tienen más o menos el mismo contenido poético por detrás.

Y qué horror, ¿no? Obviamente, dejé de escuchar Caramelos de Cianuro por, al menos, dos años. ¡Qué vergüenza escuchar a una banda mainstream que, de paso, canta puras vulgaridades!

Volví a mis Beatles de siempre e, incluso, a escuchar cosas más underground y moralmente correctas aun como The Doors. El problema de eso es que, una vez más, había una incongruencia en todo eso: ni uno ni otro cumplía por completo con esos dos requisitos.

Los Beatles no eran para nada underground. Pocas cosas menos underground, de hecho. Y The Doors tampoco eran precisamente unos santos: las circunstancias reales de la muerte de Jim Morrison probablemente se parecen más a la letra de una canción de trap que a un concierto de Shostakóvich.

Así, me fui dando cuenta poco a poco que, realmente, condicionar mis gustos a dar un statement era una grandísima estupidez. Si me gustaba Caramelos de Cianuro, ¿qué ganaba dejándolos de escuchar porque me dijeron, alguna vez, que no era rock?

Absolutamente nada. Pero es una de las lecciones más esenciales e ignoradas que aprender: no hay que dejar de disfrutar algo que realmente le gusta a uno porque sea o no sea especial. El problema es que el ser humano es fundamentalmente social, y tendemos a asociar nuestros gustos y actividades con segmentos sociales con los que los compartimos.

Y esa “asociación” tiene una consecuencia lógica considerablemente peor: la disociación. Así como en los 90 los fans de Oasis se enfrentaban a los de Blur por diferencias musicales, existen muchos ejemplos más de enfrentamientos similares.

Los emos y los metaleros, por ejemplo. A My Chemical Romance los metaleros les lanzaban botellas con orina por ser emo. En la Venezuela de los 80, los rockeros y los salseros eran facciones enfrentadas. Incluso, sobre el rock contra el reggaetón, Calle 13 llegó a cantar “yo sé que a ti te gusta el pop rock latino, pero es que el reggaetón se te mete por los intestinos”.

Estos enfrentamientos son, después de todo, naturales. Pero el verdadero único perdedor entre ellos dos son los que nos hemos dejado influir por ellos: al final, lo que importa de la música es, solamente, disfrutarla.

Sea reggaetón, sea rock o sea salsa, la música es capaz de unirnos. Así como Caramelos de Cianuro une letras de reggaetón con riffs de rock.

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