martes, 22 de enero de 2019

¿Qué hace que los videojuegos sean tan adictivos?

Debo admitirlo: he tenido tres episodios de adicción a los videojuegos. El primero fue con Club Penguin, en el 2011. Llegué a estar tan inmerso en ese mundillo helado que registré once horas en un sólo día, con seis años. 
El siguiente se produjo en el 2013, con Minecraft -ya sé, muy poco original-, y, a pesar que Mojang no ofrece un registro claro de cuántas horas al día se juega, me atrevería a decir que alcancé las diez horas diarias. Incluso, en una llamada de Skype jugando con algunos amigos, registré siete horas continuas.
Y, el último -al menos eso espero- está en desarrollo. Al producirse en 2019, no se puede tratar de otro juego sino de Fortnite
Luce bastante inofensivo.
Este juego -bastante vacío, por cierto- tiene un argumento muy simple: cien jugadores saltan de un autobús y se matan entre sí en una isla. Sin embargo, no todo es como luce: este videojuego -diseñado, en un principio, para niños- ha mantenido a miles de niños enviciados con la pantalla de un ordenador o consola. A pesar que mi caso no es -relativamente- tan extremo, hay casos escalofriantes: el episodio adictivo más importante que se ha presentado es el de una niña de nueve años en Inglaterra totalmente adicta. 
Pero, ¿por qué? ¿Que hace que algo tan inútil envicie tanto?
Sé que no tiene mucho sentido la imagen, pero
es necesaria para no aburrirte. Espero lograrlo.
La respuesta la encuentro, al menos para los juegos con más episodios de adicción, en que no tienen un principio, ni un fin. Podemos ejemplicar muy bien esta característica en un juego que ha sido muy adictivo desde su concepción en 2003, Call of Duty, que cuenta con un modo online en el que... bueno... emm... es básicamente lo mismo que Fortnite pero más real y con quince personas.
Otro juego que no tiene un principio ni final es Minecraft, que, a pesar que se le puede sacar muchísimo provecho con una buena orientación, es un juego estilo sandbox: un mundo ilimitado en el que puedes construir lo que se te dé la gana. Espero que en el sandbox que habitamos logremos construir una Venezuela libre.
BMO nos ofrece una representación precisa sobre cómo
se encuentra la cabeza de un ludópata virtual.
Como todas las cosas infinitas, los videojuegos nos inquietan y nos desvelan tratando de resolver problemas que se nos presentan en ellos: haciendo que no paremos de jugarlos y por lo que encuentro en los videojuegos el mismo atractivo que en las Matemáticas, haciéndolos lo más bello del mund ¡Fuera de aquí, Elías adicto, en el blog no te metas!
El siguiente título al que procedemos es la prevención: entiendo con esta macabra -pero realista- explicación, debe ser aterrador pensar en el simple hecho que un familiar, amigo o uno mismo caiga en este círculo.
Como diría el doctor Stephen Strange: Tony, no había otra
manera.
La manera más práctica de hacerlo sería desarrollar el sentido crítico a su máximo exponente, para así poder entender -como lo estoy tratando de hacer- el sinfín de problemas que causa la ludopatía digital. No soy psicólogo, de hecho, creo que mis experimentos psicológicos de distanciarme de mis amigos para ver si les importo han fracasado, pero diría que primero habría que charlar con la víctima sobre los defectos que tiene. No una charla incómoda, fastidiosa, ni de esas que desarrollan pensamientos suicidas, sino una charla empática, comprensiva, y chévere. 
Si ese primer intento no funciona, creo que habría que empezar a concientizar al gamer de los aspectos que han cambiado en su vida diaria desde la introducción del juego en su vida: qué ha dejado de hacer, en qué ha retrocedido, y cómo ha cambiado.
Los Padrinos Mágicos es una serie contraindicada.
No es la peor, pero hay mejores.
Si ninguno de estos pasos funciona, creo que lo más útil sería acudir a un psicólogo que acabe con el vicio. O, si eres más chapado a la antigua; creo que el instrumento con el que mantienes tus pantalones ajustados será suficiente.
La entrada de hoy la quiero finalizar con una disculpa a mis inexistentes lectores por la ausencia de entradas. El por qué de la inactividad reinante en la Noción de la Procrastinación está en el título del blog y en esta entrada.
¡Muchas gracias por leer!
Elías Haig





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