Antes de empezar, pido perdón por los posibles errores de tipeo que pueda haber en esta entrada, pues la escribí en una tableta debido a la desesperación que me genera abandonar la Noción.
El siete de marzo fue un día importante para los venezolanos. El apagón nacional, del que no conozco ni un sólo estado que se haya salvado totalmente, significó un antes y un después en la vida del país, de los venezolanos, de la economía y de Noción de la Procrastinación.
Ese día, a las 4:52 de la tarde, mientras estaba verificando un PDF en mi teléfono, la energía se cortó de improvisto y se demoró cuatro días en volver totalmente, cuando, a las 12:46 de la mañana, volvió hasta las once de la mañana siguiente, las sombras volvieron a apropiarse de mi casa. Esa fue la sentencia de muerte de mi conexión a Internet, a pesar que entre el 22 y el 25 de marzo tuve un pequeño asueto online.
Desde entonces, mi acceso al mundo ha sido inestable. Enviar un tuit es el equivalente a descargar un videojuego, ver una foto en Instagram es el equivalente temporal a ver un vídeo en alta resolución y, ser un miembro de la Generación Z, el equivalente a un dolor.
La reacción más común a mis actuales quejas será, probablemente, un "Yo, a tu edad, no tenía eso", o, quizá, un "Hay problemas peores en la vida", y, desde acá, me gustaría empezar a desarrollar mi argumentación de por qué debemos defender el acceso a Internet, de por qué las frases anteriores representan un problema mucho mayor de lo que parece, y de por qué es esa actitud la que nos trajo hasta este punto.
La evolución nos ha acompañado desde que surgimos, y es, en gran forma, lo que nos diferencia de los animales: una ballena jamás ideará un mecanismo para contactar con otra ballena a quinientos kilómetros de distancia en cuestión de segundos, pero un humano sí. El Internet es una prueba de ello: los humanos teníamos cómo contactar con alguien en otro país a través de una carta: sí, pero queríamos más: inventamos el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión y, finalmente, el Internet, cuya rapidez, utilidad y genialidad nos hechizaron al punto que se integró en nuestras vidas, mejorándolas y demostrando que podemos usar las herramientas en nuestro favor o en nuestra contra de acuerdo a qué tan audaces seamos.
E integrar nuevos instrumentos a nuestras vidas no está mal: todo lo contrario, es asombroso que tengamos la capacidad de inventar herramientas para mejorar nuestras vidas, y, cuando se nos restringen estos recursos, tenemos el derecho (y el deber moral) de protestar porque no sean restringidas, sea de forma intencional o no.
Ahora, ¿por qué, y en qué momento, esta situación demuestra que estamos en este pozo gracias a actitudes como las que expresé en el cuarto párrafo? Porque, sencillamente, eso demuestra que tenemos la misma capacidad de evolucionar que de involucionar, y eso es catastrófico, pues, la involución puede empezar por el Internet, seguir por el agua, la electricidad, el gas y, cuando alguien se de cuenta, estaremos todos peleando por un vaso de agua. Porque eso refleja que vemos la evolución como un favor divino y la involución como un proceso natural, y porque cometemos el error de mirar el pasado para justificar los dolores del presente.
Para terminar, debemos luchar por el Internet porque es lo más libre que hemos creado, porque, en él, podemos ser quienes somos, sin enfrentarnos a censura ni violencia.
Debemos luchar por el Internet porque en él todos somos iguales, y todos podemos ser diferentes. Porque en él, somos.
El siete de marzo fue un día importante para los venezolanos. El apagón nacional, del que no conozco ni un sólo estado que se haya salvado totalmente, significó un antes y un después en la vida del país, de los venezolanos, de la economía y de Noción de la Procrastinación.
Ese día, a las 4:52 de la tarde, mientras estaba verificando un PDF en mi teléfono, la energía se cortó de improvisto y se demoró cuatro días en volver totalmente, cuando, a las 12:46 de la mañana, volvió hasta las once de la mañana siguiente, las sombras volvieron a apropiarse de mi casa. Esa fue la sentencia de muerte de mi conexión a Internet, a pesar que entre el 22 y el 25 de marzo tuve un pequeño asueto online.
¿Necesita descripción? |
Desde entonces, mi acceso al mundo ha sido inestable. Enviar un tuit es el equivalente a descargar un videojuego, ver una foto en Instagram es el equivalente temporal a ver un vídeo en alta resolución y, ser un miembro de la Generación Z, el equivalente a un dolor.
La reacción más común a mis actuales quejas será, probablemente, un "Yo, a tu edad, no tenía eso", o, quizá, un "Hay problemas peores en la vida", y, desde acá, me gustaría empezar a desarrollar mi argumentación de por qué debemos defender el acceso a Internet, de por qué las frases anteriores representan un problema mucho mayor de lo que parece, y de por qué es esa actitud la que nos trajo hasta este punto.
La evolución nos ha acompañado desde que surgimos, y es, en gran forma, lo que nos diferencia de los animales: una ballena jamás ideará un mecanismo para contactar con otra ballena a quinientos kilómetros de distancia en cuestión de segundos, pero un humano sí. El Internet es una prueba de ello: los humanos teníamos cómo contactar con alguien en otro país a través de una carta: sí, pero queríamos más: inventamos el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión y, finalmente, el Internet, cuya rapidez, utilidad y genialidad nos hechizaron al punto que se integró en nuestras vidas, mejorándolas y demostrando que podemos usar las herramientas en nuestro favor o en nuestra contra de acuerdo a qué tan audaces seamos.
E integrar nuevos instrumentos a nuestras vidas no está mal: todo lo contrario, es asombroso que tengamos la capacidad de inventar herramientas para mejorar nuestras vidas, y, cuando se nos restringen estos recursos, tenemos el derecho (y el deber moral) de protestar porque no sean restringidas, sea de forma intencional o no.
En los de violencia, a la vanguardia. En los de Internet, pues... |
Para terminar, debemos luchar por el Internet porque es lo más libre que hemos creado, porque, en él, podemos ser quienes somos, sin enfrentarnos a censura ni violencia.
Debemos luchar por el Internet porque en él todos somos iguales, y todos podemos ser diferentes. Porque en él, somos.
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