martes, 16 de noviembre de 2021

El pendrive de Francisco de Miranda y la intensidad de los lectores

 Francisco de Miranda era un tipo genial. De hecho, diría que era mucho más que un tipo genial: era la persona más cool de su tiempo. Participó en la Revolución Francesa, en la Independencia Estadounidense y en la lucha por la emancipación de Latinoamérica, así como tuvo algo así como un cuadre con Catalina II, zarina de Rusia, y conoció personalmente a Napoleón Bonaparte. Podría decirse que Francisco, que en realidad se llamaba Sebastián, era de todo: desde prócer de la Independencia hasta investigador de las sociedades europeas, sin dejar de ser un hombre de sociedad y un lector empedernido.

Sí: era un lector empedernido. Empedernido al punto que en Madrid se le acusó de afrancesado por tener libros prohibidos en su biblioteca y apasionado hasta el nivel de llegar a gastar 300 libras esterlinas en una sola compra de libros. Para tener idea de la cantidad de dinero que son 300 libras, basta con decir que 300 libras del 2021 valen 416 dólares estadounidenses, pero si lo ajustamos a la inflación, encontramos que 300 libras de 1800 equivalen a 1332 dólares estadounidenses del 2021.

No sólo vivieron Francisco de Miranda
y Andrés Bello. Ahí también vivieron
un montón de libros.

Sin importar qué tanto dinero tenga alguien, 1332 dólares es bastante para gastarse en libros. Pero Miranda no sólo invertía un montón de dinero en libros que atesoraba, sino que también se preocupó por difundir sus ideales a través de ellos: no por nada, una de las cargas más preciadas que llevaba la principal embarcación con la que intentó invadir Venezuela en febrero de 1806 era una imprenta.

Este señor del que hablamos, Sebastián Francisco, tenía una biblioteca envidiable: de hecho, algunas fuentes citan que su colección llegó a contener más de 6000 volúmenes. 6000 volúmenes es un montón de información: de hecho, diría que muy pocas personas pueden presumir de haber leído todos esos libros a lo largo de su vida.

Ahora, aunque recopilar 6000 libros suene como una misión imposible, en 2021 no es algo muy difícil: a pesar que Francisco de Miranda tuvo que casi literalmente recorrer el mundo para conseguirlos, todos nosotros podemos conseguir esa cantidad de volúmenes -o más- con sólo hacer una búsqueda lo suficientemente decente en Google. Aunque la biblioteca de Francisco de Miranda haya ocupado todo un piso de su casa en Londres, si consideramos que el tamaño de archivo promedio de un libro de Kindle es de 2,6 MB, 6000 libros no son más que 15.6 GB.

Aquí cabe una biblioteca que ayudó a liberar
América.

15.6 GB que caben en la mayoría -si no todos- los teléfonos inteligentes modernos. 15.6 GB que pueden entrar en un pendrive. El poder que tenemos en nuestras manos es gigantesco: hasta cierto punto, podríamos decir que en un pendrive cabe buena parte del poder que llevó a la emancipación de América.

Pero si hemos llegado a un punto de desarrollo tecnológico en que la biblioteca de Francisco de Miranda cabe en un pendrive, ¿por qué la lectura no es tan popular? Si ya no tenemos que gastar 300 libras para comprar unos cuántos libros, ¿por qué no todos leemos? Aunque esa pregunta tenga un número de respuestas que tiende al infinito, yo creo que puedo identificar un factor importantísimo en la relativa impopularidad de la lectura. Ese factor es que muchos lectores son intensos.

¿Tan bueno estaba el primer capítulo de
El Principito?

Insoportables. Fastidiosos. Chovinistas. Como los quieras llamar, pero la intensidad con la que los lectores hablan de lo exclusivo que es leer y de lo especiales que son aquellos que han sido privilegiados con el don divino de la lectura no hace más que ahuyentar a potenciales lectores. Esa arrogancia de muchos lectores no es más que una perpetuación del elitismo que antes representaba ser lector: naturalmente, en sociedades donde la mayoría de las personas vivían al día y muchos no sabían leer, nadie se iba a sentar a discutir si preferían la Ilíada o la Odisea.

Pero esa época afortunadamente pasó. Según la UNESCO, en 2014 el 85% de los adultos y el 91% de los jóvenes eran capaces de leer y escribir: eso es un progreso impresionante si consideramos que, de acuerdo a Our World in Data, en 1800 sólo el 12.5% de la población mundial sabía leer y escribir.

Mientras más azul, más gente sabe leer.
Miren en 1800 y miren ahora.

Para Francisco de Miranda, saber leer y escribir era un don gigantesco y un privilegio al que muy pocas personas podían acceder. Pero, en 2021, el analfabetismo es la excepción: sin embargo, la lectura no es la regla. Al menos para mí, es más común leer comentarios sobre series de Netflix que sobre libros.

Y eso no es malo, pero el problema que subyace a esa realidad no está relacionado a las preferencias personales, sino a que los libros no están vistos como una forma de contenido más porque se entienden como el privilegio de unos pocos.

Finalmente, como cualquiera que viva en Venezuela puede afirmarlo, es más difícil tener una conexión a Internet suficiente para ver una serie que para descargar un libro. ¿Por qué no hacer las dos cosas?

Es momento de dejar los estereotipos y el elitismo. La realidad es que todos podemos ser lectores y que debemos hacer que más gente le agarre cariño a la lectura, pero puedo asegurar que eso no se logrará siendo intensos sobre lo especiales que son aquellos que leen.

Elías Haig

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