domingo, 19 de febrero de 2023

Pérez Jiménez, béisbol y mano dura

 El lunes 30 de enero, los Leones del Caracas se declararon campeones de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional tras seis partidos. Dicha victoria fue celebrada intensamente por fanáticos, espectadores casuales y personas que jamás habían escuchado la palabra “inning” en un contexto distinto a una aburrida clase de Educación Física.

Estadio Monumental Simón Bolívar, Caracas, Venezuela

Los seis partidos de la Serie Final que enfrentó al equipo ganador con los Tiburones de la Guaira fueron disputados en el Estadio Universitario de la Universidad Central de Venezuela, mismo estadio inaugurado durante la Junta Militar de Gobierno que llevó al eventual ascenso al poder totalitario del Coronel Marcos Pérez Jiménez en 1953.

Tan solo minutos después del home-run de Harold Castro que concedió la victoria al equipo de la capital, muchas caravanas empezaron a recorrer las calles del país celebrando dicho triunfo con cornetas, gritos y disparos.

Porque, después de todo, nada es más venezolano que celebrar la victoria de un equipo de béisbol al que jamás habías seguido. Especialmente si esa victoria ocurrió en un estadio construido por una dictadura que hacía a presos políticos sentarse desnudos sobre bloques de hielo.

“Acá lo que hace falta es una mano dura” es una de las frases más recurrentes en toda discusión acerca de política en Venezuela. Es, quizás, un intento desesperado por plantear una solución a una situación que difícilmente tiene: es, indudablemente, una muestra de nostalgia por unos tiempos que no volverán.

Es 1955. En la radio seguramente suena algo al estilo de Unchained Melody y sientes la brisa fría rozar tu cara a lo largo de tu recorrido a través de la Carretera Panamericana. Vas a 120 kilómetros por hora, pero no te interesa. Nadie te puede parar: eres Marcos Pérez Jiménez.

Y 68 años después, aún nadie te puede parar. Quizás tenías razón cuando dijiste que la gente olvidaría Roma de no ser por sus estructuras: un par de estadios, unas cuantas carreteras y algunos hospitales han sido suficientes para que nadie te olvide.

Incluso si no saben tu nombre, no te olvidan. Porque, después de todo, es verdad lo que decías: Venezuela está en su Edad Media. Tenías razón en 1963, tienes razón en 2023.

Porque cada hit dado en el Estadio Universitario lleva, en cierta forma, tu recuerdo: sin embargo, está más presente en cada vez que alguien dice que “acá lo que hace falta es una mano dura” y aún más presente en cada vez que alguien opina sin saber, sea sobre béisbol o sobre política.

La verdadera dictadura es la ignorancia sin escapatoria. Lo supo “PJ”, lo supo Gómez y lo han sabido todos los dictadores que han cumplido sus verdaderos objetivos. Pérez Jiménez y muchos más, incluyendo a Trujillo y a algunos que no pueden ser categorizados por la historia porque aun no han pasado a ella.

Como parte de la Serie del Caribe a la que se clasificaron los Leones de Caracas ganando la liga local, el 5 de febrero se jugó un partido contra República Dominicana en el Estadio Monumental Simón Bolívar, al que tuve la oportunidad de ir. Más de 34000 personas gritando sin parar cada hit, cada error y cada out: más de 34000 personas viviendo la pasión del béisbol.

La pasión es uno de los sentimientos más intensos que hay. Ha permitido cosas hermosas, pero también ha sido el combustible de atrocidades: después de todo, la pasión nos lleva a actuar de forma ciega. Y la ceguera temporal puede ser buena, pero cuando nos empieza a definir es poco menos que catastrófica.

Un partido de República Dominicana contra Venezuela es, indudablemente, una experiencia interesante. Especialmente si vas a él mientras estás leyendo “La Fiesta del Chivo”: leer acerca de los atropellos de un régimen totalitario estando en la cola para entrar al nuevo estadio es, indudablemente, una experiencia.

Porque los seres humanos sentimos una afinidad impresionante por lo monumental. Un estadio grande siempre nos hará alucinar tanto como a los aborígenes británicos los haría alucinar Stonehenge: nos encanta sentirnos pequeños frente a lo que nosotros mismos creamos.

Y el deporte es un excelente medio para sentirnos pequeños en nuestra superioridad: cuando alguien que no sabe bien qué es un inning opina grandilocuentemente sobre béisbol es porque le gusta sentirse parte de algo más grande que él. Al final, mucho de lo que hacemos parte de saber lidiar con nuestra pequeñez.

Trujillo sabía que nadie lo querría recordar como un caudillo torturador, así que se empeñó en intentar dejar un legado de obras que hiciese que las siguientes generaciones lo recordasen aunque Ciudad Trujillo perdiese tal nombre. Pérez Jiménez no ocultaba demasiado a la Seguridad Nacional, pero trató de lavarse la cara atribuyéndose la Ciudad Universitaria por la que algunos trasnochados aún lo festejan.

El autoritarismo corre por nuestras venas latinoamericanas. Nos fascina sentir autoridad sobre el béisbol, sobre los países e, incluso, sentirnos dominados por algún autoritario. Y, por más bajo que caigamos, siempre nos emocionará escuchar que nuestro equipo favorito dio un home run.

Aunque estemos en una dictadura. Aunque el béisbol no sea un deporte latino. Aunque todo parezca estar mal, siempre nos emocionará un gran estadio y una “mano dura”.

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