Tengo casi 5 años escribiendo, de una forma u otra, sobre educación. En mi blog Noción de la Procrastinación, en mi Twitter o en mis grupos de WhatsApp con mis amigos, casi todo lo que pienso sobre la educación que he tenido la oportunidad de recibir se ha plasmado en algún texto con diferentes grados de radicalidad, profundidad y sinceridad. En los tres parámetros, el gradiente ha sido muy amplio.
Sin embargo, creo que nunca me había tocado experimentar sensaciones tan complejas como las que he vivido en los últimos meses antes de abandonar el colegio que me ha acompañado por doce años y al que jamás volveré en los mismos términos. Podré ir de visita, pero sería muy extraño que vuelva a ir en los términos en los que va al colegio un chamo de 17 años, 5 meses y 28 días.
Y es esa “exclusividad” la que hace que sea tan complicado escribir sobre lo que siento ahora mismo. Un fin de año escolar es algo de lo más común hasta que es el último. Las preguntas que uno siempre se hacía acerca de qué cambiará en el nuevo año escolar se convierten en preguntas acerca de qué cambiará en un nuevo capítulo de nuestras vidas.
Los deseos de cambio que nunca llegan se convierten en deseos de permanencia que jamás se cumplen. El sagrado acto de insultar el horario que nos obliga a pararnos a las 6:00 a.m cada día se convierte en algo tierno, y uno empieza a disfrutar el desayuno del que ya está cansado solo porque sabe que lo va a extrañar.
Ver las caras del salón en medio de una clase fastidiosa ya no es algo que uno hace por falta de oficio, sino porque cuenta con la certeza que jamás volverá a estar en el mismo salón con las mismas 22 personas que ha amado y odiado durante casi toda su vida.
Estos tiempos son, también, tiempos de muchísima reflexión. ¿Qué hubiera pasado si no me hubiera entregado en cuerpo y alma al Fortnite durante el segundo lapso de primer año? ¿Con quiénes estaría estudiando si más de la mitad de mi salón original no se hubiera ido del país?
Son preguntas que antes pensábamos que podíamos responder porque cada año era igual al siguiente. Ahora son preguntas que quedarán sin respuesta por el resto de nuestras vidas.
Y es que la naturaleza de una graduación de bachillerato es, precisamente, esa: ya no es “el siguiente año”, es “el resto de nuestras vidas”. Algunos se van, algunos se quedan: algunos irán a la universidad, otros no.
Algunos seguirán siendo amigos y de otros se nos olvidarán sus nombres. Siempre “habremos sido” compañeros, pero más nunca lo volveremos a ser. El lazo de hermandad que se genera entre personas que se han visto crecer a lo largo de tanto tiempo jamás se volverá a repetir: es simple fisiología comprender que el ritmo de crecimiento de los primeros años de vida es exclusivo a ellos.
En el momento en que escribo esta entrada, falta un mes y dos días para que cruce por última vez las puertas de mi colegio teniéndome que preocupar por una nota. Un mes y dos días en los que podrían pasar muchas cosas, pero en los que estoy casi seguro que no pasará nada.
Porque, al final, es un ciclo más. Para los profesores, es una promoción más de las muchas que han visto graduarse: para los demás del colegio, es más o menos lo mismo. Solo nosotros, los graduandos, comprendemos este momento en la profundidad que tiene para nosotros ahora mismo.
Pero la comprensión de un momento no necesariamente representa que se tendrá la suficiente madurez para aprovecharlo por completo. Yo sé que me voy a graduar, pero no he tenido suficientes ganas de hacer todas las cosas que mi yo-chiquito hubiera querido hacer en estos momentos.
Todas las bromas que pensamos que podríamos hacer durante el “relajao perro quinto año” se han ido aplazando indefinidamente frente a la realidad que nos dice, a gritos, que quinto año no es tan relajado ni tan perro. Todas las interpromos que dijimos que haríamos sí o sí se han ido cancelando hasta que llegó el punto en que se acabaron las fechas para mover.
Ahora: ¿acaso ya es tarde para hacer todas las cosas con las que alguna vez soñamos?
Solo el tiempo nos dará la respuesta. Solo los 33 días que quedan, de hecho.
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